Es de una verdad a voces que muchos escritores, artistas en
general, son “borrachos”. Muchos alegan que las bebidas espirituosas brindan
una extensión de la mente al momento de escribir. Afirman que su percepción es
mucho más aguda y que es posible para ellos lograr una inspiración más profunda
que permite aflorar de su esencia, los escritos que los hacen grandes. Un buen
ejemplo de estos artistas es Alfredo Bryce Echenique. Este personaje de la
literatura peruana es un gran amante del pisco. En repetidas ocasiones, en charlas
o exposiciones académicas, es costumbre llevar consigo una botella de pisco. A
medida que va explayándose, este bebe de a pocos en una copa con cintura de
mujer este destilado de uva. Su elocuencia no varía en ningún momento ni si
tono de voz. La claridad de su pensamiento a pesar de su mente “alterada” por
el alcohol es difícil de comprender ya que cualquiera en ese estado no es capaz
ni de recordar su nombre. Como él son varios pero en distintos niveles. Julio
Ramon Ribeyro no era asiduo del alcohol pero si del tabaco. Mario Vargas Llosa
y compañía ocupaban mesas llenas de botellas hasta el amanecer, era costumbre
discutir las ideas bajo el efecto del alcohol, muy rara vez se le encontraba
solo.
Los bares de preferencia son el Queirolo y El Cordano, en
los cuales los prominentes sándwiches acompañaban las botellas de cerveza y
pisco. Se dice que estos no son lugares de alcohol y perdición, son casas de la
poesía, de la cultura; templos de sabiduría. Así estas mesas se convirtieron en
parte esencial de la literatura que hoy le ha dado grandes laureles al país y
nos enorgullece.
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