Bohemia literaria del 50

Es de una verdad a voces que muchos escritores, artistas en general, son “borrachos”. Muchos alegan que las bebidas espirituosas brindan una extensión de la mente al momento de escribir. Afirman que su percepción es mucho más aguda y que es posible para ellos lograr una inspiración más profunda que permite aflorar de su esencia, los escritos que los hacen grandes. Un buen ejemplo de estos artistas es Alfredo Bryce Echenique. Este personaje de la literatura peruana es un gran amante del pisco. En repetidas ocasiones, en charlas o exposiciones académicas, es costumbre llevar consigo una botella de pisco. A medida que va explayándose, este bebe de a pocos en una copa con cintura de mujer este destilado de uva. Su elocuencia no varía en ningún momento ni si tono de voz. La claridad de su pensamiento a pesar de su mente “alterada” por el alcohol es difícil de comprender ya que cualquiera en ese estado no es capaz ni de recordar su nombre. Como él son varios pero en distintos niveles. Julio Ramon Ribeyro no era asiduo del alcohol pero si del tabaco. Mario Vargas Llosa y compañía ocupaban mesas llenas de botellas hasta el amanecer, era costumbre discutir las ideas bajo el efecto del alcohol, muy rara vez se le encontraba solo.


Los bares de preferencia son el Queirolo y El Cordano, en los cuales los prominentes sándwiches acompañaban las botellas de cerveza y pisco. Se dice que estos no son lugares de alcohol y perdición, son casas de la poesía, de la cultura; templos de sabiduría. Así estas mesas se convirtieron en parte esencial de la literatura que hoy le ha dado grandes laureles al país y nos enorgullece. 

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